No gano para disgustos. Aún no había asimilado el mazado por el caso AFINSA cuando, tras una sobria, y no por ello menos gozosa, comida en Burger King , me dirigí a casa a terminar de hacer la limpieza hogareña y a tender la ropa que había dejado dando vueltas en la lavadora.
Al llegar a la altura del Metro, me crucé con un japonés delgado, con gorra y con una coleta decorada con mechas rojizas. Se me acercó tímidamente y me preguntó: “Do you speak English?”. El tono de la pregunta me hizo comprender que no tenía ninguna esperanza de encontrar a nadie que entendiese ese idioma universal en el páramo valdebernardino. Pero la suerte le hizo toparse conmigo, un madrileño que domina la lengua de Cervantes y que también hace sus pinitos con la de Shakespeare. Le respondí con un “A little bit” y su mirada apagada revivió instantáneamente.
Tras decirme que le resultaba complicado explicarme lo que le había pasado, comenzó su narración. Me contó que era músico y que había venido de Japón haciendo escala en Barcelona, en cuyo aeropuerto le sustrajeron su equipaje de mano mientras esperaba para coger el vuelo que lo traería a Madrid. Su documentación y tarjeta American Express estaban en el botín sustraído por esos amantes de lo ajeno que desarrollaban su “oficio” en el aeropuerto catalán.
El caso es que, Kashuma, que así se llamaba nuestro protagonista, aturullado como estaba por el desgraciado incidente, en lugar de acudir a la policía, se vino a Madrid para no perder el vuelo (el robo debió acontecer mientras esperaba la salida del avión hacia la capital).
En Madrid dejó su equipaje (el que había facturado) en la consigna de Atocha y fue a la embajada Japonesa que, para su desgracia estaba cerrada y no abriría hasta el martes. Probó suerte yendo a Valdebernardo al estudio de grabación que un amigo que llegaría el lunes (ahora estaba en Holanda) le había indicado. Como es normal, a las cuatro de la tarde también estaba cerrado.
Hasta que no consiguiese un pasaporte provisional en el consulado, American Express no podría adelantarle dinero y, sin dinero se encontraba absolutamente perdido y sin saber qué hacer hasta el martes (el lunes era fiesta en Madrid).
Yo, que soy una persona harto comprensiva (como sabéis los que me conocéis), le ofrecí mi hospitalidad (sin cobrar, aunque esto sea un agravio para los pobres diablos que comparten techo conmigo y que aportan mes a mes un alto porcentaje de su sueldo a la economía hogareña).
Kashuma se emocionó (eso me pareció) al ver lo fácilmente que sus problemas se habían resuelto. Fuimos hacia casa y me pidió que, antes de subir, le invitase a un café porque llevaba todo el día de aquí para allá y lo necesitaba. Le ofrecí comer algo en casa: Nocilla o un sándwich de chóped (lo que no recuerdo es cómo dije Nocilla y chóped en inglés), pero dijo que prefería un café. Nuevamente consiguió conmoverme y accedí a su petición.
En el bar “La Churre” estuvimos unos minutos hablando mientras degustamos sendos cafés y, charlando, charlando, me dijo que su presencia en mi casa, podría ser un tanto molesta y que, tal vez sería mejor que se fuese a un hostal baratito, de esos con baño compartido. Yo pensé que, en efecto, estar pendiente de un inquilino desconocido durante tres días podría ser un engorro, así que, como el oriental me inspiraba gran confianza, accedí a prestarle unos euros (me reservo informaros de la cantidad para que no sepáis lo necio que puedo llegar a ser).
Subimos a casa para apuntar en un papel mi teléfono y dirección para que el simpático Kashuma pudiese llamarme para quedar con él una vez conseguida su documentación provisional en el consulado y el adelanto de dinero por parte de American Express. Con esto hecho fuimos al cajero automático, saqué el dinero que le presté (mientras él se apartaba bajando la cabeza con un inmenso respeto por la privacidad de mis operaciones bancarias).
La entrega del dinero estuvo seguida de muestras de agradecimiento inmensas entre las que no faltaron las típicas inclinaciones de espinazo que los orientales acostumbran a hacer al dar las gracias.
Lo acompañé al Metro y quedamos en que me llamaría esa misma noche una vez encontrado alojamiento. También me dijo que el lunes (o tal vez el martes) volvería a telefonear para quedar conmigo, devolverme el dinero y tomar algo amistosamente.
La noche del viernes me llamó cuando ya comenzaba a dudar sobre la honestidad de mi amigo de ojos rasgados. Esa llamada me devolvió la confianza porque, de haber sido una estafa ¿Para qué llamarme?
El caso es que, pasó el sábado, pasó el domingo, llegó el lunes…que también pasó. Y ya estamos a martes. Yo no he cambiado de teléfono, os lo aseguro, pero Kashuma sigue sin llamar.
Sólo espero que, si jamás me devuelve lo que le presté con la única intención de ayudar a quien yo creía que tenía un problema, sea capaz (entre risa y risa por haberme timado con tanta maestría) de sentir algún remordimiento por lo que hizo.
Tenéis razón (sé leer vuestras mentes): seguro que no siente remordimiento alguno y, con gran probabilidad, habrá utilizado mi préstamo para darse unos cuantos homenajes alcohólicos durante las fiestas de San Isidro.
Y esta es la historia del músico japonés y el calvo bilingüe de Valdebernardo. Confío en que ninguno de vosotros, queridos lectores y colaboradores, sea estafado de este modo. Realmente fastidia más que el timo de AFINSA.
P.D.- Kasuma, si lees esto, ya que no me vas a devolver mi dinero, por lo menos contribuye a la difusión de mi maravilloso blog
meneando la historia que has protagonizado.
ACTUALIZACIÓN 13-05-2010Han tenido que pasar cuatro años de actividad timadora de nuestro amigo, pero, al final ¡Kashuma ha sido atrapado! Nuestro intrépido amigo Agustín, ayudado de un confidente que localizó al japonés de los dientes amarillos, pudo dar caza al músico timador y ponerlo en manos de la policía. Podéis leer la historia
aquí.
¡VIVA LA ACCIÓN CIUDADANA!