sábado, diciembre 09, 2006

Sandeces navideñas



Ya están aquí las Navidades, esas entrañables fechas en las que tanta gente enloquece por distintas razones. A saber:

1-Pensar en qué regalar a familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos…

2-Pensar a qué casa ir a gorronear cena en Noche Buena, comida en Navidad, cena en Noche Vieja y comida en Año Nuevo sin que nadie se moleste.

3-Pensar excusas para no asistir a ciertas cenas laborales sin que piensen que uno es un rata o un insociable o que tiene algo contra los que la organizan.

4-Pensar en las razones que puedan tener ciertos amigos para no invitarte a su cena (a pesar de que te han ahorrado tener que pensar una excusa para no asistir).

5-Ensayar reacciones de sorpresa y agrado para ponerlas en práctica al recibir regalos absurdos y/o inútiles.

6-Preocuparse por todo lo que se va a engordar comiendo más de la cuenta (también se puede engordar sin comer un Whopper doble o XXL).

7-Preparar algún viaje a donde sea porque las vacaciones están hechas para irse de casa (¿para qué se gasta la gente tanto dinero en poner sus casas a todo plan si a casi nadie le gusta pasar más de un día seguido en ellas?).

8-Llegar a tiempo de ver el mensaje de Su Majestad el Rey en Noche Buena (yo siempre me lo pierdo y luego me paso el resto de las fiestas con remordimiento por ello).

Es una pena que mi imaginación no haya dado para enumerar diez puntos. Ya no podré hablar de un “decálogo” de problemas navideños.

Yo, por ser el extraño personaje que soy, no tengo problema con los regalos (no regalo nada a nadie y no me importa nada no recibir regalos), tampoco lo tengo con la elección de sitio para cenar o comer en los días señalados: Si me apetece ir a casa de mis padres, voy, y si no, no voy. Con las cenas laborales tampoco tengo problemas, la gente sabe de mi excentricidad y tolera mi tendencia al autismo.

Sobre lo de las cenas, no obstante, tengo que decir que me resulta incomprensible la facilidad con que la gente paga cuarenta o cincuenta euros para que les llenen los platos con mucha más comida de la que nadie puede tolerar y para emborracharse con vinos carísimos (yo diría que, puestos a abusar del vino, mejor que sea barato porque, a partir del tercer vaso dudo que se aprecien las maravillosas cualidades de un “crianza”).

También me resultan divertidas las tensiones que se crean cuando uno se entera de que no ha sido invitado a una cena de grupo, aunque la amistad con ese grupo sea discutible o, sencillamente inexistente. Algunos querrían ser invitados a cualquier evento de grupo que se convoque en su entorno laboral, aunque sólo sea para rechazar la invitación.

Sobre el tema de las cenas navideñas también se puede hablar de esos que andan todo el día diciendo eso de “tenemos que organizar la cena de Navidad”, pero nunca proponen nada pero, cuando alguien, con su mejor voluntad, propone sitio y fecha, siempre tienen alguna pega que poner y, si finalmente se hace la cena, se pasan todo el rato criticando el sitio, el menú y el modelito que lleva la gente.

Y como ya me he extendido más de la cuenta, corto el rollo para dejar que se desencadene uno de nuestros debates inconexos.

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