Tradiciones
Cada vez que ocurre alguna desgracia como la del tapón en el encierro de San Sebastián de los Reyes, yo me pregunto qué sentido tiene arriesgarse para nada en semejantes festejos.
Hay gente a la que se le llena la boca de “tradición” a la hora de defender la continuidad de actividades que, para algunos como yo, son un completo sinsentido. Otros se aferran al hecho de que es algo único en el mundo.
Parece ser que el hecho de que algo se haga únicamente en un lugar del mundo es suficiente razón para que se continúe haciendo de por vida. Esto me recuerda que hay un recóndito lugar de la Amazonía (¿o era en la Polinesia?) donde se llevaban a cabo unas reducciones de cabeza magistrales por parte de los Jíbaros. Tal vez debieran haber seguido con esa bella tradición en lugar de dejarse llevar por la corriente de la globalización. Otra tradición muy española era la de tirar las aguas fecales por el balcón al grito de "¡Agua va!" ¿Quién habrá permitido acabar con tan bella y plástica expresión de limpieza hogareña? Habrá que pedir a ZP que restituya la memoria histórica al respecto.
Hoy también me he enterado de que (ese "de que" es correcto) en cierto pueblo de Valencia (creo que era en Paterna) se jactan de tener las fiestas en las que se quema la mayor cantidad de petardos y artículos explosivos del mundo (¡trascienden las fronteras de España!). Como muestra de lo apasionantes que son estas fiestas cuyo disfrute hay que llevar a cabo pertrechados de unos trajes más gruesos que los de un astronauta, aparecía un caballero mostrando con gozo una “pequeña” quemadura de veinte centímetros cuadrados que casi le fríe la turgente lorza en la que se le produjo. Él era uno de los sesenta heridos a cuenta del maravilloso festejo.
Me encanta esta muestra generalizada de estupidez que clama por la conservación de tradiciones absurdas y peligrosas. Pero como luchar contra la necedad es muy complicado, intentaremos añadir nuestro granito de arena para incrementarla algo más: Propongo hacer encierros en los que los mozos corran desnudos delante de los elefantes y leones del circo de Ángel Cristo a los que se atará a la cola (al extremo de su espinazo, no a sus atributos sexuales) un buen lote de petardos de Paterna.