¡Por fin sin humos en el trabajo!

Desde el día uno de Enero, algunos disfrutamos con gozo de la aplicación de la nueva ley antitabaco. Yo, como persona que jamás en su vida ha puesto un cigarro o puro encendido entre sus labios, estoy encantado de ver cómo, por fin, puedo ver pasar los días en mi puesto de trabajo sin la incomodidad de notar pestilentes y molestas nubes de humo tabaquil rodeando el lugar en el que, sin más remedio, tengo que pasar las ocho horas que mi contrato marca.

Es cierto que, algunos fumadores, en un alarde de buena educación, preguntaban si podían fumar antes de prender su cigarro. Mi respuesta a esta pregunta solía ser siempre la misma: “El humo del tabaco me molesta, pero puedes hacer lo que estimes oportuno”. Ante tal afirmación, creo que cualquier persona debería decidir no fumar en mi presencia pero ¡qué cosas! lo más habitual es que comenzasen a echar humo al instante.

También he podido comprobar cómo gente que había dejado de fumar, al encontrarse en un entorno “tolerante” en el que fumar en el puesto de trabajo estaba permitido, retomaba su pútrido hábito con gran alegría.

Pero lo peor de todo era que se juntasen dos fumadores o más en una sala en la que estuviese permitida la expulsión de gases nocivos (de tabaco, claro, porque los cuescos siempre han estado proscritos). En ese caso el pobre diablo que no fumase y fuera ubicado en ese entorno hostil, no tenía más remedio que aguantar la maravillosa “educación” de esas personas que, al verse arropadas por la gran aceptación de su “afición humeante”, ya no se preocupaban en absoluto de tantear lo molesta que ésta pudiera ser para las personas circundantes ajenas a su club nicotínico (he visto cómo, en los últimos meses, se ignoraba incluso la presencia de una joven embarazada en medio de la pestilente nube).

Una vez más se comprueba que cuando la gente hace cosas en masa, se olvida de razonar y de pensar en los que están fuera de su poderoso grupo.

Todo esto era una mera introducción para expresar de nuevo mi gozo por la aplicación de esta ley que nos ha traído el gobierno de ZP. Quiero dejar constancia desde aquí mi máximo agradecimiento a las personas que han hecho posible que mis jornadas laborales sean ahora un poquito menos ingratas que antes.

También quiero mostrar mi desacuerdo con ciertas personas que han criticado esta normativa desde los micrófonos de la COPE. Señores, la libertad es muy bonita, pero como, por desgracia, no sabemos gestionarla individualmente (eso sería lo deseable), no queda más remedio que dejar que sea el Estado el que dicte normas para evitar que algunos (por despiste, por ignorancia o por mala fe, que de todo hay) hagamos (ninguno está libre de ser molesto) la vida más ingrata a los que nos rodean.

Seguramente esta ley tenga contradicciones (un camarero que trabaje en un bar en el que se permita fumar, tendrá que aguantar los humos durante su jornada laboral) o incluso exageraciones, pero como paso inicial para hacer que el tabaco comience a ser visto como lo que es, un hábito insano para el que lo practica y, lo que es peor, para los que lo rodean, es digno de mi apoyo y alabanza.

Para terminar sólo quería comentar otra secuela beneficiosa que he podido comprobar en mi entorno desde el mismo día uno de enero: Personas que fumaban como carreteros, han dejado de fumar drásticamente o, por lo menos, han reducido su ingesta de gases letales en un porcentaje enorme, con el consiguiente beneficio económico y de salud que ello conlleva para ellos.

¡VIVA EL MINISTERIO DE SANIDAD!